«Llegué a Estados Unidos siguiendo mi corazón»

Por: Mónica Arias Salado

Siete de enero de 2015, marca mi primer día como migrante en Estados Unidos. Empaqué mi vida entera en un par de maletas negras, en las que además de ropa, medicinas, algunos recuerdos de gran valor sentimental y una chocolatera de plata que le enviaban a mi tía que vive en New Jersey, traía un sinnúmero de expectativas, sueños, miedos, preguntas, incertidumbres.
Llegue acá siguiendo mi corazón. El hombre que hoy es mi esposo y padre de mi segundo hijo, residía en este país hacía más de diez años y la única manera de estar juntos era si yo venía acá. Y así fue.
Cada persona tiene su propio sueño americano, el mío era tener una familia. Para muchos es conseguir dinero suficiente para una casa, pagar sus deudas o darles mejor educación a sus hijos. Todos son igual de válidos, todos son igual de difíciles, porque este es un sueño lleno de retos, muchos que van más allá del idioma o de la misma tristeza de dejar atrás la tierra natal, la familia y los amigos.
En este camino de migrante, pocos tienen en cuenta que el invierno y el verano no son lo mismo que las lluvias de cada tarde en nuestra amada Pereira, o que a las 12 del mediodía no es hora de salir para la casa a almorzar en familia.
Muchos de los que quedan no se imaginan que para ver a los amigos se requiere organizar una reunión con meses de anticipación, o que las busetas solo pasan a horas específicas y paran en lugares precisos. Se les olvida que como se gana en dólares se paga en dólares y que una sola banana puede valer 5.000 pesos colombianos y un café más de 20.000. Solo por nombrar algunos de los primeros ‘shocks’ con que nos topamos.
Vivir lejos de la tierra es una experiencia maravillosa, pero difícil. Salir del país es una oportunidad que todos deberían tener al menos por una vez en la vida, ya sea de paseo, para pasar una temporada o para radicarse en un lugar que le ofrezca mejores condiciones de vida.
Y es que migrar es una aventura solo para valientes, y nuestra amada tierra está llena de ellos. Sin embargo, la valentía no debe confundirse ni alimentarse con el desespero o la desinformación. La valentía no es llegar a un lugar a cualquier precio o de cualquier manera, no es hacer uso de la “malicia indígena” que solo funciona en Colombia, y no es creyendo que los dólares “caen de los árboles” como aguacates en cosecha. No.
Valentía es saber llegar, llegar de forma segura, planeada e informada. Es tener claro ese sueño, esa ilusión y ese proyecto que nos anima y nos alienta a seguir aprendiendo y a seguir abriendo un camino para los futuros soñadores.