Por Santiago González
“Luego de vivir casi 18 años en Colombia, debo tomar las riendas de lo que será mi futuro y me encuentro en el dilema de si elegir a lo que me he encaminado por defecto, o no.
Trabajé arduamente en abrirme la posibilidad de acceder en Colombia a la carrera de Arquitectura, con la que había soñado por tanto tiempo, pero me enfrento a dificultades geográficas, familiares y económicas que ponen en juego mi futuro y me muestran más lo inseguro e inestable que este es. Me pregunto entonces si realmente estoy limitado a las opciones que mi hermoso país me ofrece.
Surge entonces la opción casi irreal de acceder a una beca en Canadá a través de un anuncio. No es la carrera que quiero e igual presenta desafíos geográficos, familiares y económicos. Sin embargo, promete darme acceso a una sociedad regida por un modelo diferente, en el que mi futuro pasa de la inseguridad de lograr sostenerme, a garantizar el derecho básico a la educación y gracias a sus frutos, tener la libertad de elegir el camino profesional que sí quería, pero desde la certeza de mantener mi calidad de vida durante y después, deshaciéndose así de la incertidumbre y la necesidad.
Aunque desde mi realidad parecía una idea inalcanzable, decidí con mi madre correr el riesgo de perseguir tal oportunidad y marchar hacia Canadá.
Los miedos y la incertidumbre igual estaban, especialmente iniciando en lo que parecía un renacer a la agreste intemperie. Sin embargo, la realidad de un país con un concepto tan diferente de lo que es la vida, no solo nos cambió la forma de ver, experimentar y ser parte del mundo, sino que nos llevó con ello.
Los dos años que duraron mis estudios como técnico en marketing, actuaron como un turbulento aterrizaje, mientras nos adaptábamos al ritmo al que se mueve la vida en Vancouver. Meses en los que tenía dos trabajos y era estudiante de tiempo completo, y cumplir con mis necesidades básicas como comer o dormir o pagar la renta eran un reto, pero como prometido, no un imposible.
Pese a la idea que tenía de Canadá, su cultura y postura ante los inmigrantes, que creí sería de escepticismo, superioridad o incluso discriminación, ahora viviendo en esta tierra me doy cuenta que, esa cultura no es más que una de convivencia y tolerancia.
Me encuentro entonces un país en el que los inmigrantes no solo somos la mayoría, sino que convivimos en igualdad de condiciones. Se podría decir que su cultura es una combinación de las culturas de todo el mundo conviviendo armónicamente en un solo lugar, y en la que cada uno viene más a aportar y compartir que a compararse y competir.
No deben pasarse por alto los retos que representa un lugar como este, para inmigrantes o locales. Como cualquier sociedad, quien llega se enfrenta a dificultades y adversidad. Es algo que puede resultar especialmente difícil de enfrentar siendo un agente externo, o que puede convertirnos incluso en parte de la causa. Tampoco se debe ignorar lo difícil que es el simple hecho de acceder a lo que este lugar ofrece, y los privilegios a los que se pueden presentar diferentes grupos. Sin embargo, es un lugar que ha servido como un refugio seguro y generoso para millones de ciudadanos globales y su descendencia.
A pesar del agotamiento y lo que conlleva, Canadá me dio y me da la capacidad ininterrumpida de sobrellevar una vida digna, independientemente de la situación en la que esté.
Y para ello, me da una gran variedad de oportunidades. A mí, y al mundo. Ahora, habiéndome graduado, trabajo para sostenerme y ahorro para lo que será mi carrera de Arquitectura. Aunque me siento más que agradecido con Colombia, que siempre será mi hogar y es la que me ha formado en el ciudadano global que hoy soy, me siento igual de agradecido con Canadá por darme las herramientas necesarias para moverme en dirección de mis metas a través de la independencia y el bienestar”.